“Antropofagia Familiar en la América Precolombina”

 

Quiero citar aquí un pasaje poco agradable, en verdad, y poco político por el asunto, pero muy curioso de leer, por la naturalísima forma de hablar que el autor emplea. Este es Pedro de Cieza, un español que vivió en tiempo de los primeros descubrimientos y conquistas de sus compatriotas en América, en la cual fue soldado y estuvo die­cisiete años.

Sobre su veracidad y fidelidad en la narración, puede verse la primera nota de Robertson al sexto libro de la Historia de América. - Adapto las palabras a la lengua actual - :

" La segun­da vez que volvimos por aquellos valles cuando la Ciudad de Antiocha fue poblada en las sierras que están por encima de ellos, oí decir que los señores o caciques de estos valles de Norte buscaban por la tierra de sus enemigos todas las mujeres que podían; las cuales eran llevadas a sus casas y hacían uso de ellas como con las suyas propias.

Si se llegaban a embarazar de ellos, los hijos que nacían los criaban con mu­cho regalo, hasta que tenían doce o trece años y a esta edad, estando bien gordos, los comían con gran sabor, sin tener en cuenta que eran en sustancia: carne propia.

De esta manera tenían mujeres para solamente engendrar hijos en ellas para después comerlos, - pecado mayor que todos los que ellos hacen -. Y hazme tener por cierto lo que digo, ver lo que pasó con el licenciado Juan de Vadillo (que este año está en España, y si le preguntan lo que digo dirá ser verdad): Y es, que la primera vez que entraron los cristianos españoles en estos valles, que fuimos mis compañeros y yo, vino de paz Un tipejo, que llevaba por nombre Nabonuco, y traía consigo tres mujeres; y viniendo la noche, dos de ellas se echaron dormir encima de un tapete o estera, y la otra atravesada para servir de almohada; y el Indio se echó encima de los cuerpos de ellas, muy tendido" y tomó de la mano otra mujer hermosa, que quedaba atrás con otra gente suya, que luego vino, Y como el licenciado Juan de Vadillo le viese de aquella suerte, le preguntó para qué había traído aquella mujer que tenía de la mano: y mirándolo al rostro el Indio, respondió mansamente que para comerla; Y que si él no hubiera venido, lo hubiera hecho ya.

Vadillo, oído esto, mostrando espantarse, le dijo: ¿Pues cómo, siendo tu mujer, le has de comer? 

El cacique, alzando la voz, tornó a responder diciendo: mira, mira; y aun al hijo que pariere tengo también que comer.

Esto que he dicho pasó en el Valle de Nore y en el de Guaca, que es el que dije que quedaba atrás.  Oí decir al licenciado Vadillo algunas veces, como supo por comentarios de algunos Indios viejos, por las lenguas que traíamos, que cuando los nativos del lugar iban a la guerra, a los Indios que atrapaban en ella hacían los hacían sus esclavos, a los cuales casaban con sus parientas y vecinas. Y que a los hijos que tenían ellas con los esclavos, los comían: y que después que los mismos esclavos eran muy viejos y sin potencia para engendrar, los comían también a ellos.

Y la verdad, como estos indios no tenían fe, ni conocían al demonio, que tales pecados les hacia hacer, cuán malo y perverso era; no me espanto de ello: porque hacer esto más lo tenían ellos por valentía que por pecado,»

 

Recopilador:

Lic. E. Ariel Rodríguez Goberna.

Fuente: Pedro de Cieza, (1554), Primera Parte de la “Crónica del Perú”, cap. 12, hojas 30 y 31; edit. ANVERS. Citado por Giácomo Leopardi, (1948), “Diálogos”, pág. 47, Bs. As., Ed. ESPASA – CALPE.

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